lunes, 21 de abril de 2014

A propósito de nuestros "republicanos".

Por Nahir Pasquier


Hace unos meses recibí una invitación a unas charlas sobre la guerra civil española (1936 – 1939) a realizarse en el Club Español de San Rafael. Quién me hacía la invitación, a poco de haberme dado algunos detalles, y conociendo mi posición ante el tema, concluyó: “Cierto que ustedes se ponen la camisa azul” (distintivo de la Falange Española, anti - republicana).
Luego de este episodio me di cuenta que no solo mis familiares venidos de España eran pro – republicanos y hablaban pestes de Franco y maravillas de la II República española, sino que es relativamente el sentir de la gran mayoría, incluidos algunos círculos católicos, confirmando así la afirmación desgraciada del Prof. Moulin de Bruselas: “la obra maestra de la propaganda anticristiana es haber logrado crear en los cristianos, sobre todo en los católicos, una mala conciencia, infundiéndoles la inquietud, cuando no la vergüenza, por su propia historia. A fuerza de insistir, desde la Reforma hasta nuestros días, han conseguido convenceros de que sois los responsables de todos o casi todos los males del mundo”[1]. Felicidades por un trabajo tan bien logrado.
So pretexto de “transición democrática” se pretende no solo olvidar, sino distorsionar el pasado al gusto del gobierno de turno (que por casualidad siempre son marxistas) mediante la propaganda mediática, que dialécticamente separa los “bandos” en bueno y malos, víctimas y represores, idealistas y reaccionarios. Tal es la versión e historia definitiva, que actualmente se aplica al tratamiento de cualquier suceso histórico sea la Guerra Cristera en México, la guerra de los ´70 en Argentina o la Cruzada Española.
La guerra de España, en palabras del historiador británico Paul Johnson, “ha sido el acontecimiento del siglo XX sobre el que más mentiras se han escrito”. Y si la guerra en general ha sufrido esta impostura, ni hablar del silencio sepulcral al que han sumido la persecución de sacerdotes, religiosos y católicos laicos, la destrucción de templos y obras de arte, aniquilación de obras de beneficencia, desde el 14 de abril de 1931, triste día en que se declaró la República y el laicismo subió al poder.
Desde allí, una seguidilla de atentados contra el culto católico y sus representantes no conoció respiro hasta el fin de la guerra y la instauración del gobierno franquista. Los asesinatos en masa de sacerdotes, la confiscación de bienes de la Iglesia, la profanación de cementerios, quema de Iglesias y suspensión del culto público y privado, creación de tribunales populares, fueron algunas de las acciones que perpetraron las hordas anticlericales[2].
“La Iglesia sufrió una discriminación sin precedentes”, afirma Vicente Cárcel Ortí, al referirse a los episodios de mayo del `31 cuando tuvo lugar la quema más grande de Iglesias en Madrid contando con la pasividad y el silencio del gobierno; hecho que tristemente nos recuerda las profanaciones sufridas a nuestros Templos el año pasado, donde no solo se contó con el “beneplácito” implícito de las autoridades civiles, sino para tristeza nuestra, con el silencio de las eclesiásticas.
De la pasionalidad y espontaneidad de los primeros incidentes, se fue pasando a una minimización de los hechos hasta completar su total silenciación, excepto en las declaraciones del episcopado español y eventualmente de la Santa Sede, donde se trató de resaltar el heroísmo de los “mártires” de la República Española y alertar sobre la persecución religiosa (encíclica Dilectissima Nobis y en el mensaje de Navidad a los españoles de su Santidad Pío XI).
Es imposible leer los relatos y crónicas sobre la persecución o bien las biografías publicadas luego de las beatificaciones, sin pensar en las Dos Ciudades que describe San Agustín o en las Dos Banderas de San Ignacio, viendo, por un lado el amor de los mártires a Dios, a la Iglesia y a sus mismos perseguidores, y por otro la saña diabólica de los verdugos.
La persecución es distinguible en tres períodos, de acuerdo al carácter que ésta tomó bajo los dos tipos de gobierno, liberal o marxista, y durante los enfrentamientos armados entre las dos tropas: De 1931 a 1933 la persecución se realizó mayormente a través de la legislación con la Constitución de 1931 y la Ley de Confesiones y Congregaciones religiosas, que prohibían los votos, delimitaban el número de sacerdotes, suprimían la enseñanza religiosa y penaban el uso de objetos religiosos en lugares públicos. Si bien abundaron las quemas de Iglesias por parte de grupos anarquistas, estos no fueron reprimidos debidamente por el Estado, siendo esto uno de los motivos de la victoria de las derechas señalados por Pio Moa. Llamativo es el caso de las hermanas del Convento de la Visitación: estas monjitas fueron fusiladas e incendiado el convento en 1931. Cuando el presidente Azaña tomó conocimiento de este hecho, exclamó: “Todos los conventos no valen la vida de la República”. La Iglesia representaba un obstáculo para la instauración de los nuevos planes, por ser ella la principal depositaria y defensora de la Tradición Española, por ser ella precisamente, la Tradición.
Desde 1933 hasta el estallido de la guerra, ahora con la derecha en el poder, los grupos de izquierda reclamaban al gobierno el cumplimiento de las leyes promulgadas. Fue el auge de las huelgas anarquistas y separatistas, siendo la de Asturias la más renombrada, por su intento de convertirla en una segunda URSS.
Finalmente, durante el desarrollo de la contienda, la furia republicana se recrudeció, siendo asesinado uno de cada 5 sacerdotes.
El episodio de los mártires de Barbastro es harto conocido: la mañana del 18 de julio, Barbastro vio sus calles cubiertas de obreros que se reunieron frente al ayuntamiento, quedado constituido el frente Rojo. Los días siguientes se fueron reuniendo los adictos del régimen. Tomaron prisioneros a los religiosos, 42 en total (dos se salvaron por ser argentinos, por miedo a tener complicaciones diplomáticas con nuestro país). En dos tandas consecutivas en 1936 fueron asesinados, según su edad, no siendo ninguno de ellos mayor de 25 años. En Valencia, también luego de haber comenzado la guerra, 246 mártires dieron su sangre por la Patria y la Iglesia, entre ellos, un monaguillo de 15 años, una embarazada y 9 amas de casa.
En esta sociedad los números llevan la delantera y por sobre la calidad se busca la cantidad. Pues bien, en números, la persecución religiosa dejó un saldo de 4.184 asesinados del clero secular, 2.365 religiosos, 283 religiosas, totalidad o de templos destruidos o profanados en ciudades como Almería, Barbastro, Ibiza, donde ni siquiera el ajuar litúrgico escapó la furia republicana[3].
La propaganda pro – izquierda anticlerical ha llegado a nosotros gracias a la acción benevolente del periodista Natalio Botana, fundador del diario “Crítica”. A pesar de que al inicio de la guerra el presidente Ortiz había incrementado y agudizado los controles para ingresar al país con el fin de impedir la entrada de “extranjeros indeseados”, en noviembre de 1939 llegaron al puerto de Buenos Aires más de 100 exiliados españoles, entre ellos intelectuales, periodistas, artistas, que aportaron con su granito de arena a la descristianización de Nuestra Patria, negando la gesta española y silenciando la masacre de católicos. Desde 1939, las notas editoriales, columnas de opinión y colaboraciones en este y otros diarios, han producido un odio a la España nacional y católica que se levantó frente al bolchevismo internacional, heredera de aquella que nos dio el ser allá por el siglo XV.



[1] MESSORI, V., Las Leyendas Negras de la Iglesia, Pág. 7.
[2] Según el análisis del historiador español Pío Moa, es lo único que unía a anarquistas, bolcheviques, republicanos, demócratas y comunistas: odio a la Iglesia y a la Monarquía.
[3] CARCEL ORTÍ, V, La persecución religiosa en España durante la II República, Pág. 285.

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