Por Nahir Pasquier
![]() |
Hace unos meses recibí una invitación a unas charlas
sobre la guerra civil española (1936 – 1939) a realizarse en el Club Español de
San Rafael. Quién me hacía la invitación, a poco de haberme dado algunos
detalles, y conociendo mi posición ante el tema, concluyó: “Cierto que ustedes se ponen la camisa azul” (distintivo de la
Falange Española, anti - republicana).
Luego de este episodio me di cuenta que no solo mis
familiares venidos de España eran pro – republicanos y hablaban pestes de
Franco y maravillas de la II República española, sino que es relativamente el
sentir de la gran mayoría, incluidos algunos círculos católicos, confirmando
así la afirmación desgraciada del Prof. Moulin de Bruselas: “la obra maestra de la propaganda
anticristiana es haber logrado crear en los cristianos, sobre todo en los
católicos, una mala conciencia, infundiéndoles la inquietud, cuando no la
vergüenza, por su propia historia. A fuerza de insistir, desde la Reforma hasta
nuestros días, han conseguido convenceros de que sois los responsables de todos
o casi todos los males del mundo”[1]. Felicidades por
un trabajo tan bien logrado.
So
pretexto de “transición democrática” se pretende no solo olvidar, sino
distorsionar el pasado al gusto del gobierno de turno (que por casualidad
siempre son marxistas) mediante la propaganda mediática, que dialécticamente
separa los “bandos” en bueno y malos, víctimas y represores, idealistas y reaccionarios. Tal es la versión e historia definitiva, que actualmente se
aplica al tratamiento de cualquier suceso histórico sea la Guerra Cristera en
México, la guerra de los ´70 en Argentina o la Cruzada Española.
La guerra de España, en palabras del
historiador británico Paul Johnson, “ha
sido el acontecimiento del siglo XX sobre el que más mentiras se han escrito”.
Y si la guerra en general ha sufrido esta impostura, ni hablar del silencio
sepulcral al que han sumido la persecución de sacerdotes, religiosos y
católicos laicos, la destrucción de templos y obras de arte, aniquilación de
obras de beneficencia, desde el 14 de abril de 1931, triste día en que se
declaró la República y el laicismo subió al poder.
Desde allí, una seguidilla de atentados
contra el culto católico y sus representantes no conoció respiro hasta el fin
de la guerra y la instauración del gobierno franquista. Los asesinatos en masa
de sacerdotes, la confiscación de bienes de la Iglesia, la profanación de
cementerios, quema de Iglesias y suspensión del culto público y privado, creación
de tribunales populares, fueron algunas de las acciones que perpetraron las
hordas anticlericales[2].
“La
Iglesia sufrió una discriminación sin precedentes”, afirma Vicente Cárcel Ortí, al
referirse a los episodios de mayo del `31 cuando tuvo lugar la quema más grande
de Iglesias en Madrid contando con la pasividad y el silencio del gobierno;
hecho que tristemente nos recuerda las profanaciones sufridas a nuestros
Templos el año pasado, donde no solo se contó con el “beneplácito” implícito de
las autoridades civiles, sino para tristeza nuestra, con el silencio de las
eclesiásticas.
De la pasionalidad y espontaneidad de
los primeros incidentes, se fue pasando a una minimización de los hechos hasta
completar su total silenciación, excepto en las declaraciones del episcopado
español y eventualmente de la Santa Sede, donde se trató de resaltar el
heroísmo de los “mártires” de la República Española y alertar sobre la
persecución religiosa (encíclica Dilectissima
Nobis y en el mensaje de Navidad a los españoles de su Santidad Pío XI).
Es
imposible leer los relatos y crónicas sobre la persecución o bien las
biografías publicadas luego de las beatificaciones, sin pensar en las Dos Ciudades
que describe San Agustín o en las Dos Banderas de San Ignacio, viendo, por un
lado el amor de los mártires a Dios, a la Iglesia y a sus mismos perseguidores,
y por otro la saña diabólica de los verdugos.
La
persecución es distinguible en tres períodos, de acuerdo al carácter que ésta
tomó bajo los dos tipos de gobierno, liberal o marxista, y durante los
enfrentamientos armados entre las dos tropas: De 1931 a 1933 la persecución se
realizó mayormente a través de la legislación con la Constitución de 1931 y la
Ley de Confesiones y Congregaciones religiosas, que prohibían los votos,
delimitaban el número de sacerdotes, suprimían la enseñanza religiosa y penaban
el uso de objetos religiosos en lugares públicos. Si bien abundaron las quemas
de Iglesias por parte de grupos anarquistas, estos no fueron reprimidos
debidamente por el Estado, siendo esto uno de los motivos de la victoria de las
derechas señalados por Pio Moa. Llamativo es el caso de las hermanas del
Convento de la Visitación: estas monjitas fueron fusiladas e incendiado el
convento en 1931. Cuando el presidente Azaña tomó conocimiento de este hecho,
exclamó: “Todos los conventos no valen la
vida de la República”. La Iglesia representaba un obstáculo para la
instauración de los nuevos planes, por ser ella la principal depositaria y
defensora de la Tradición Española, por ser ella precisamente, la Tradición.
Desde
1933 hasta el estallido de la guerra, ahora con la derecha en el poder, los
grupos de izquierda reclamaban al gobierno el cumplimiento de las leyes
promulgadas. Fue el auge de las huelgas anarquistas y separatistas, siendo la
de Asturias la más renombrada, por su intento de convertirla en una segunda
URSS.
Finalmente,
durante el desarrollo de la contienda, la furia republicana se recrudeció,
siendo asesinado uno de cada 5 sacerdotes.
El
episodio de los mártires de Barbastro es harto conocido: la mañana del 18 de
julio, Barbastro vio sus calles cubiertas de obreros que se reunieron frente al
ayuntamiento, quedado constituido el frente Rojo. Los días siguientes se fueron
reuniendo los adictos del régimen. Tomaron prisioneros a los religiosos, 42 en
total (dos se salvaron por ser argentinos, por miedo a tener complicaciones
diplomáticas con nuestro país). En dos tandas consecutivas en 1936 fueron
asesinados, según su edad, no siendo ninguno de ellos mayor de 25 años. En
Valencia, también luego de haber comenzado la guerra, 246 mártires dieron su
sangre por la Patria y la Iglesia, entre ellos, un monaguillo de 15 años, una
embarazada y 9 amas de casa.
En esta sociedad los números llevan la
delantera y por sobre la calidad se busca la cantidad. Pues bien, en números,
la persecución religiosa dejó un saldo de 4.184 asesinados del clero secular,
2.365 religiosos, 283 religiosas, totalidad o de templos destruidos o
profanados en ciudades como Almería, Barbastro, Ibiza, donde ni siquiera el
ajuar litúrgico escapó la furia republicana[3].
La propaganda pro – izquierda
anticlerical ha llegado a nosotros gracias a la acción benevolente del
periodista Natalio Botana, fundador del diario “Crítica”. A pesar de que al inicio de la guerra el presidente
Ortiz había incrementado y agudizado los controles para ingresar al país con el
fin de impedir la entrada de “extranjeros indeseados”, en noviembre de 1939
llegaron al puerto de Buenos Aires más de 100 exiliados españoles, entre ellos
intelectuales, periodistas, artistas, que aportaron con su granito de arena a
la descristianización de Nuestra Patria, negando la gesta española y silenciando
la masacre de católicos. Desde 1939, las notas editoriales, columnas de opinión
y colaboraciones en este y otros diarios, han producido un odio a la España
nacional y católica que se levantó frente al bolchevismo internacional,
heredera de aquella que nos dio el ser allá por el siglo XV.
[2] Según el
análisis del historiador español Pío Moa, es lo único que unía a anarquistas,
bolcheviques, republicanos, demócratas y comunistas: odio a la Iglesia y a la
Monarquía.

No hay comentarios:
Publicar un comentario